lunes, 4 de junio de 2012

Monstruos en las entrañas



No sé si recordarás cuando tenías ocho años, cuando la noche extendía su manto sobre el techo de tu habitación, pintando las paredes de un negro azulado, arrancando cualquier rastro de colores, de formas alegres y vivarachas. 


Pues yo sí lo recuerdo como si fuera ayer. Recuerdo el momento de abrir la tapa de la cama, zambullirme entre las sábanas frescas con olor a detergente floral, y esperar a que mi madre saliera de la habitación cerrando la puerta tras su espalda. Porque era en ese momento cuando una luz de pánico se encendía en mi interior y me sentaba rápidamente en la cama, girándome para subir la persiana y así poder vislumbrar alguna silueta entre la penumbra absoluta. Volvía a tumbarme boca arriba, observando cómo las sombras cobraban vida y se movían suavemente a mi alrededor, juegos de luces procedentes de los coches que circulaban allá afuera, en la calle. El silencio martilleaba mis oídos, siempre, y cuando las paredes decidían reírse de mi, crujían ferozmente, haciendo que mi corazón latiera desbocado durante algunos segundos que se me hacían eternos. 


Podía oírlo: tum-tum, tum-tum, tum-tum, tum-tum. El nudo cada vez se enredaba con más fuerza en mi garganta, y la respiración se hacía más intensa a cada minuto que pasaba. El miedo surgía de mi estómago como un agujero negro que se lo tragaba todo, absolutamente todo. El sueño desaparecía, y con él la poca razón o lógica que podía abarcar con esa edad.

Los monstruos estaban escondidos en el armario. Lo sabía. Siempre lo había sabido.

Cuando mi madre se marchaba ellos me observaban desde la oscuridad. Su lugar preferido era el armario, aunque otras veces los sentía bajo mi cama, arañando el colchón o el suelo. A veces murmuraban, otras se reían con una carcajada histriónica, poniéndome la carne de gallina. Pero cuando se escondían en el armario, raspaban sus puertas, y el sonido era tan espeluznante como cuando rayas un plato con un tenedor.  Yo me quedaba extremadamente inmóvil, tapándome hasta la nariz con la sábana, cerrando los ojos con fuerza y pensando "esto es una pesadilla, esto es una pesadilla". Nunca lo era, y algunos días se marchaban antes, otros se marchaban al amanecer. Los días de calor abrasador, especialmente en los meses de julio y agosto, se volvían más traviesos, y llegaban a golpear las puertas del ropero, formando ruidos secos y estridentes. Una vez despertaron a mi padre, quien entró a mi habitación como una exhalación, a eso de las cuatro de la mañana, y me gritó que por qué diantres no estaba durmiendo, que no era hora de jugar. Le dije que no era yo, que eran los monstruos, que abriera el armario. Por suerte no lo hizo.
Algunas noches de luna nueva, sentía cómo correteaban por el techo, sentía sus piececitos pequeños dar saltitos por las esquinas, y en ocasiones tropezaban con la lámpara del techo, haciendo que se balanceara. 

Nunca miré debajo de la cama, ni abrí las puertas del ropero. El miedo que sentía era tan salvaje, tan atroz, que jamás me atreví ni a planteármelo seriamente. Nunca llegué a verlos, pero sí a olerlos. Cuando se deslizaban por encima de mi cabeza, a oscuras, olía a ceniza. Como si estuvieran carbonizados...


Cuando cumplí los catorce años, ellos desaparecieron. No volví a oír sus susurros, ni volvieron a desgarrar las paredes, ni el armario, ni el colchón. Me sentí libre, y pude dormir, simplemente. Pude dormir, sin interrupciones, sin pesadillas. El terror me abandonó.

Pero... ¿sabes qué? Ahora que soy adulta, que tengo marido y una nueva casa, cuando me acuesto a su lado por las noches, recuerdo aquellos tiempos, cuando era niña, y lo recuerdo tan bien que creo escuchar cómo el colchón se raja bajo mi espalda. Ayer planché algunas camisas de mi marido, y cuando fui a colgarlas en el armario, vi unos arañazos marcados en la madera de la puerta, por dentro. Le pregunté si sabía qué había pasado, que las puertas del armario estaban destrozadas, y me miró con cara de incredulidad afirmando que no sabía de qué le estaba hablando. Cuando subimos al dormitorio, la madera de la puerta estaba lisa y en perfecto estado, pero vi un polvillo azabache en las esquinas del ropero. Pasé un dedo y lo olí. Era ceniza. Me senté en la cama con los ojos como platos e intenté tranquilizarme. 

Creo que han vuelto. O quizás es todo producto de mi mente angustiada. Vuelvo a tener miedo, y creo que los estoy alimentando otra vez. Nutro a mi imaginación de un pánico tan intenso que supongo que me estoy volviendo loca y tengo alucinaciones. 


¿Es eso posible? 


Tal vez esta noche abra la puerta del armario. Quizás así los destruyo para siempre... o puede que al final me destruyan ellos a mi.

5 comentarios:

  1. Muy bueno Cilla, me gusta mucho por donde va encaminada esta entrada, seguiré de cerca esta historia :)
    Buen trabajo

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  2. ¡Lo he podido leer! :``D Me encanta *---* ¿Vas a subir una continuación? Dios,es genial,en serio ^^

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  3. Pfff, como se puede escribir tan bien.. me encanta no, lo siguiente! Una de las mejores cosas que he leído. Te sigo!

    http://onedaytwopeople.blogspot.com/

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  4. Nuevo Capituloooooooooooo de IA2U!
    "Es especial..." Espero que te gusteee(:
    Un besitoo^^

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